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De las cadenas y el abuso al abrazo amoroso de su tutora

Cada 25 de febrero se conmemora el Día Nacional contra el Maltrato Animal. Esta es la esperanzadora historia de Oliver, un peludo que fue rescatado de los abusos más aterradores.

Oliver, un bobtail o antiguo pastor inglés, vivía al sur de San Salvador, cerca de un reconocido cementerio. Estaba encadenado a un poste de tendido eléctrico. Allí, en la intemperie, pasaba sus días. Bajo el viento, la lluvia o el ardiente sol, solo veía pasar a sus propietarios entrar a casa, pero él jamás puso una patita dentro. El maltrato era evidente.

Doris Grijalba había escuchado de Oliver por un amigo cercano, quien transitaba todos los días frente al lugar donde estaba atado, y donde ese perro, casi en huesos, giraba buscando acomodarse en un reducido espacio debido a que la cadena que lo sujetaba no tenía más de un metro de extensión.

Luego de un año de verlo en terribles condiciones, este hombre decidió hablar con los dueños para llevarse al can, pero ellos no lo entregaron. Fue hasta que les ofreció dinero que Oliver fue cedido. Ese mismo día, él llegó a casa de Grijalba. Ella no quería tener más mascotas (recién se había despedido para siempre de dos), pero al ver al peludo en esas desastrosas condiciones le prometió a su amigo que se lo recuperaría.

Doris Grijalba no soportó las condiciones en las que se encontraba el cachorro y se volcó a cuidarlo y darle mucho cariño. Fotos: IBA / K. Domínguez.

Este perro no tenía nada del grandioso aspecto de su raza. Llegó lleno de parásitos, por dentro y fuera; su pelaje estaba cubierto de excremento, no podía mantenerse en pie, era extremadamente delgado y tenía una cubierta blanca sobre uno de sus ojos debido a una asepsia.

Pero eso no era todo.

“Lo llevé al siguiente día al veterinario, y lo dejé todo un día para que lo atendieran y le quitaran el pelo. Tenía una herida en su cuello por la cadena, tenía fracturadas unas costillas y una parte de la patita de los golpes que le daban. Yo pensé que no iba a resistir, que se iba a morir”, rememoró

Doris Grijalba, propietaria de Oliver.

El veterinario le dijo a Grijalba que le diera mucho amor, sin imaginar que ella solo estaba recuperándolo. Un lengüetazo en la mano, que ella traduce como beso, fue suficiente para entender que este ser le agradecía. Su corazón se estremeció y aceptó a Oliver en casa.

Los primeros días no se movía de una esquina de la sala, no entraba a ninguna habitación ni orinaba ni defecaba dentro de la propiedad, él esperaba a que su nueva propietaria llegara de su trabajo para que lo sacara a hacer sus necesidades. Esa obediencia y sumisión solo eran producto de la intensa violencia a la que fue sometido.

Oliver tiene 12 años, y junto a él también vive su hijo, Lucca.

De ese pasado ya hace más de 12 años, y, a pesar de que ahora está lleno de cuidados y extremo amor, este apacible perrito aún no puede ver palos, zapatos o escuchar cohetes porque eran los objetos con los que lo golpeaban y maltrataban.

“A través del tiempo vemos que es sociable y muy amigo. Él no era afectuoso, pero con los ojos sentía que me decía ‘gracias’. Felicito el avance que se ha tenido en materia animalista porque ha sido de la noche a la mañana. Es algo tan positivo y bueno para los animalitos, y uno dice animalitos, pero a veces son más humanos que nosotros”, señaló esta salvadoreña que dio una nueva vida a un animal sometido al maltrato.